Enfoque: El educador como modelo y contramodelo
La figura y rol de los adultos que rodean a los niños, niñas y adolescentes es un factor crítico en su proceso de desarrollo y progresiva autonomía, por lo que es fundamental que estas figuras sean conscientes del impacto que tendrán sobre las personas menores de edad en todas las etapas de su vida, pero especialmente en las que el desarrollo es mayor: la primera infancia y la adolescencia.
La competencia que estos adultos tengan como cuidadores y educadores condiciona tanto el presente como el futuro de los niños, niñas y adolescentes y podríamos decir que también su pasado, ya que parte de nuestra misión es acompañarles en el proceso de alcanzar el mayor grado de autonomía y ciudadanía activa, lo cual en ocasiones implica ayudarles a reelaborar su propia historia, generando nuevas narrativas que les permitan integrar las experiencias adversas y las huellas del trauma, al tiempo que se les capacita para el afrontamiento proactivo y resiliente del día a día. Sólo de esta forma los niños, niñas y adolescentes podrán adquirir las herramientas y actitudes necesarias para decirse a sí mismos que pueden hacer algo por mejorar sus circunstancias y las de su entorno personal, social, natural y virtual.
Todo esto va a requerir un nivel de capacitación especialmente importante tanto a nivel científico (evidencias sobre lo que funciona y lo que no) y técnico (conocimiento aplicado a la casuística concreta de cada persona, situación o colectivo) como personal (en sus dos dimensiones: intrapersonal e interpersonal), por lo que los profesionales también van a necesitar acompañamiento en ese proceso de ser mejores profesionales pero también mejores personas, porque en el caso que nos ocupa, no se puede desligar la competencia profesional de la bondad (en el sentido pleno del término) personal.
En este sentido debemos diferenciar lo que se aprende de lo que se adquiere. Lo que se aprende son contenidos, lo que se adquiere son actitudes y son las actitudes las que preconfiguran nuestra forma de vernos a nosotros mismos, el mundo que nos rodea (incluyendo a los demás) y nuestro lugar en ese mundo (es decir, cómo interactuamos con lo que nos rodea). Estas actitudes tienen mucho que ver con el afrontamiento de las situaciones adversas, la violencia o el abuso sexual, el abuso físico, el abuso de poder o el abuso de conciencia. Sabemos que la resiliencia, los vínculos positivos y el apego seguro se adquieren por ósmosis, por contacto con una persona que vive en lo cotidiano desde esas coordenadas. Por lo tanto, no nos queda más remedio que 1) ser ejemplo para poder ser elegidos como referente por esos niños, niñas y adolescentes a los que acompañamos y 2) ser contra-ejemplo de los muchos ejemplos negativos que a día de hoy les rodean, especialmente desde las pantallas.
En función de lo anterior, el educador y cuidador debe saber y saber estar, pero también debe ser. Esto nos lleva directamente a tener que considerar en el diseño de las acciones formativas la necesidad de incluir experiencias de aprendizaje tanto sobre lo que hacer y cómo hacerlo, como sobre desde dónde lo hago y en qué momento estoy como persona. En última instancia, somos personas antes que profesionales. Y eso es lo que los niños, niñas y adolescentes merece la pena que aprendan, lo cual generará relaciones de autocuidado y cuidado mutuo como responsabilidad compartida que nos humaniza y humaniza el entorno, transformándolo en protector, ya que un contexto no se convierte en protector por el simple hecho de disponer de un determinado sistema, sino porque quienes forman parte de ese sistema se saben miembros de un ecosistema en el que las actitudes y la historia de vida son más importantes que los meros conocimientos teóricos (que son muy necesarios, pero nunca suficientes); por eso preferimos hablar de capacitación (en el sentido de “hacer capaces” y “generar capacidad de”) y no de formación (ya que puedo haber recibido una formación pero no ser capaz de aplicar algo).
La ausencia de la necesaria cualificación de los profesionales debe considerarse como una negligencia dentro de una dinámica de maltrato generada por la entidad responsable de la protección, buen trato y cuidado de los niños, niñas y adolescentes, ya sea esta entidad de naturaleza pública, privada o concertada.
De la misma manera que el cuidado mutuo es una responsabilidad compartida, la capacitación también lo es. Es responsabilidad de las entidades ofrecer oportunidades formativas a sus profesionales acordes a las necesidades detectadas, pero también lo es de cada profesional avanzar en su desarrollo tanto a nivel técnico como personal.
Dado que perseguimos crear entornos protectores, de buen trato y cuidado mutuo que permitan un desarrollo integral e integrado al mayor nivel de las circunstancias permitan, la capacitación de los cuidadores y educadores también debe tener esa perspectiva holística, por lo que áreas de capacitación deben entenderse como vasos comunicantes que interactúan entre sí en un mismo plano con distintos niveles de profundidad en función del desarrollo que se va adquiriendo en cada área. Por lo tanto, las experiencias de capacitación no han de diseñarse como espacios estancos de conocimiento, sino que -todo lo contrario- debe fomentarse la interacción entre todas las áreas y evidenciar precisamente los flujos de interacción entre ellas.
Propuesta de capacitación de los educadores y cuidadores
Con intención de sugerir una posible forma de ordenar una realidad compleja pero asequible, se definen las siguientes dimensiones de capacitación que son necesarias para crear relaciones y contextos de buen trato, dado que nadie da lo que no tiene:
Eje I: Ser buen profesional.
- Dimensión científica.
- Conocimiento de los fundamentos que hacen importantes los aprendizajes que deben adquirirse para cumplir de forma óptima con el rol de educador y cuidador (por ejemplo, la construcción del apego seguro).
- Conocimiento de los factores que general evidencias de la utilidad de una determinada práctica o enfoque para la aplicación cotidiana.
- Dimensión técnica.
- Saber cómo aplicar el conocimiento a la casuística concreta y en tiempo real (personas, situaciones, interacciones…).
- Detección de necesidades y búsqueda e identificación de las opciones más adecuadas para dar respuesta efectiva a dichas necesidades; estas necesidades pueden darse en alguno de los siguientes niveles:
- Personas menores de edad y sus familias o entornos próximos.
- Adultos vinculados a la atención a niños, niñas, adolescentes y sus familias (profesionales, voluntarios, colaboradores).
- Contexto comunitario en el que se da esa atención.
- Organización / colectivo / entidad y sus procedimientos internos.
- Administraciones y marco normativo y legal.
- Dimensión procedimental (competencias básicas).
- Búsqueda de información, análisis crítico, solución de problemas complejos, enfoque sistémico de la realidad y toma de decisiones razonada.
- Escucha activa, participación, debate y creación de consenso.
- Elaboración de informes, planificación, programación, definición de objetivos e indicadores y orientación a resultados tangibles e intangibles. Generación de evidencias.
- Uso de la metáfora, la proyección y el arte como canal expresivo de lo que no se puede poner en palabras.
Eje II: Ser mejor persona.
- Dimensión filosófica (concepto de ser humano y de humanidad).
- Dignidad, enfoque de derechos, Interés Superior del Niño.
- Conducta ética, prosocial y sistema de valores centrados en la persona. Principios deontológicos.
- Consideración optimista de la condición humana (confianza en la capacidad individual y colectiva para hacer del mundo un lugar mejor para todos).
- Dimensión personal.
- Dimensión intrapersonal.
- Autoconocimiento e integración resiliente de la propia historia de vida y sentido de la herencia. Experiencia de vínculo positivo y apego seguro.
- Bienestar físico, psíquico y emocional, autocuidado y sentido de ser digno de buen trato y a tener una buena vida. Construcción realista y adaptada del concepto de felicidad y su consideración como objetivo vital.
- Consciente de sus procesos físicos, psíquicos y psicofisiológicos.
- Pensamiento lateral y divergente. Capacidad de argumentación de puntos de vista diferentes. Creatividad. Capacidad de explorar el entorno físico e interpersonal sin temor al fracaso.
- Sentido de comunidad: conducta ética, equitativa, altruista y sintónica (en sintonía) con la condición humana.
- Sentido de legado: Proyecto vital egosintónico (vivir como quiero vivir) incluyendo el objetivo de generar un impacto positivo en el ecosistema interpersonal, social y natural (dejar el mundo un poco mejor de como me lo encontré).
- Sentido de trascendencia: espiritualidad (no necesariamente religiosa).
- Sentido del humor (empezando por uno mismo).
- Dimensión interpersonal.
- Capacidad de comunicación interpersonal asertiva y proactiva, entendiendo que la discrepancia es lógica. Capacidad de respuesta a la presión de grupo.
- Capacidad de cuidar de otros (altruismo) y de comprometerse con su sufrimiento (compasión).
- Capacidad para pedir ayuda, apoyo, colaboración, decir “no sé”, “no puedo”… (dejarme cuidar).
- Capacidad de cuidar de mi comunidad y mi entorno social y natural (ciudadanía activa).
Eje III: Ser buen profesional y mejor persona.
- Dimensión de mejora continua:
- Supervisión individual y grupal.
- Mentoría.
- Evaluación del desempeño y plan de desarrollo individual (profesional y personal).